Criar, educar, proteger, amar, cuidar. Ser padre es una de las decisiones más cruciales que puede uno llegar a tomar; pero darle a un niño afecto y cuidados y un acompañamiento significativo en su vida, en calidad de familia de acogida, es un acto de altruismo y generosidad como pocos; y cuando se trata de un menor con necesidades especiales, una personita con discapacidad, el detalle de compartir tiempo, días y momentos se convierte en todo un regalo y crecimiento, para ambas partes, además.

El acogimiento de los niños con discapacidad por parte de familias de acogida que se ofrecen voluntariamente a ello es un ejercicio social que pocos se atreven a practicar, y que implica brindar un seno y un hogar a niños que, debido a diversas circunstancias, tienen dificultades extra para integrarse en una familia.

Escasos pero muy necesarios; exigente pero satisfactorio; difícil pero adaptable.

La historia de la familia de Rocío, un niño que planteaba retos y representaba abandono, por un lado, y la de una familia de acogida a la que no le tembló la voluntad ante las dificultades y cambios drásticos que su llegada trajo consigo, si bien ahora sí se les estremece el pecho de contento y arrobo y alivio cada vez que lo miran y constatan todo lo que ha avanzado y conseguido durante estos años de andanza mutua.

Para leer la noticia completa pincha aquí