La comunidad con más niños de hasta 6 años institucionalizados es Catalunya, con 263 pequeños en centros de acogida, el 22% del total de España. Le sigue a mucha distancia Andalucía, con 175 (53 de menos de 3 años), y Madrid, con 140 (82 bebés). Solo hay una región que no tiene pequeños de menos de 6 años en centros: Cantabria.

¿Cómo es posible que haya tantos niños pequeños institucionalizados? Porque la ley del 2015 no fue lo suficientemente taxativa al respecto y, donde puso que no podía haber niños en instituciones, estableció una coletilla a la que se amarran las comunidades: siempre que se pueda.

“La norma cerró una puerta, pero dejó abierta una ventana. Cuando vimos la redacción final intentamos que se subsanara esa frase. Pero no hubo manera”, señala Jesús Palacios, catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla y uno de los expertos cuya voz se escuchó en el Parlamento para redactar esta norma. Y el resultado es que casi 1.200 pequeños están en residencias.

Sin embargo, no se entiende, ni desde el punto de vista del bienestar infantil ni tampoco desde el económico (una plaza en un centro de menores cuesta al mes unos 3.000 euros) “No tiene explicación salvo que para ellas es mucho más cómodo meter a un niño en una residencia que buscar una familia de acogida.
Encontrar familias implica acción y poner en marcha planes, sin embargo, meterlos en residencias es una actuación rápida”, señala Adriana de la Osa, coordinadora de proyectos de la Asociación Estatal de Acogimiento Familia (Aseaf), entidad que lleva años luchando para reducir la institucionalización de los niños, por las graves consecuencias que vivir en ese entorno les comporta.

Palacios va más allá: “Las residencias son un chollo para el sistema. Siempre están abiertas y disponibles y si hay muchos niños, contratas a más gente. Y ya está”.

¿Qué consecuencias? Palacios lleva años estudiando el acogimiento y lo tiene claro: las carencias emocionales.

El catedrático de la Universidad de Sevilla explica que la única ventaja de las residencias es que los niños están protegidos. Vienen de vivir situaciones muy complicadas, donde en muchos casos han tenido carencias, por ejemplo, de alimentación. Y eso, señala Palacios, lo tienen cubierto. O niños que han sufrido situaciones de maltrato y en los centros tienen protección.

Pero el bienestar de la infancia va más allá de estar alimentados, limpios o no ser maltratados. Un niño, indica Palacios, debe crecer bien desde el punto de vista emocional. “Unos centros con cuidadores a turnos, niños que no sienten que están locos por ellos, que son cambiados de centros, de amigos y de cuidadores una y otra vez en función de la edad, que reciben atención colectiva… genera muchas carencias en los menores”.

Especialmente en los más pequeños. En los primeros años de vida, la atención individualizada es fundamental. Y, como saben los padres, exige cuidados y compromisos durante las 24 horas del día. En los primeros años de vida se cimenta la arquitectura emocional, lingüista e intelectual posterior. Por eso es tan importante que se críen en una familia de acogida.

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