Los conflictos en esta etapa se producen porque los jóvenes necesitan abandonar el nido y esto implica un reajuste personal y familiar. Buscan reafirmación y su lugar en el mundo.

Un fuerte portazo y te quedas al otro lado de la puerta sin entender muy bien el motivo de la explosión del conflicto. Después de unos minutos, abres sigilosamente la puerta y preguntas: “¿Estás bien?”; “Déjame en paz”; “¿Puedo ayudarte en algo?” o te enfrentas a un silencio sepulcral. El conflicto es inherente a la vida y a través de él aprendemos a lidiar con un sinfín de situaciones. Es la confrontación de intereses entre dos o más personas, que frente a una misma situación, tienen ideas, metas u objetivos diferentes. Además, nos permite reflexionar sobre nuestras necesidades y la de las personas que nos acompañan a diario, conocer diferentes formas de ver el mundo y llegar a acuerdos.

Si algo caracteriza la etapa de la adolescencia, son las constantes desavenencias que se desencadenan entre padres e hijos. Disconformidades que a los progenitores nos llenan de culpa e impotencia y a nuestros hijos de incomprensión y rabia. 

Estos conflictos nos hacen sentir que no somos capaces de entender las necesidades o el malestar de nuestros adolescentes y que nos alejan enormemente de ellos. No es fácil entender por qué se muestran tan irreverentes, irascibles y les cuesta tanto escuchar nuestras opiniones o sugerencias.

¿Cómo podemos conseguir una comunicación eficaz y respetuosa con nuestros adolescentes?

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