Jorge y Elisa viajaban un día en su coche cuando escucharon que se necesitaban familias de acogida. Ellos –que en ese momento estaban rozando la cincuentena de años– ya tenían una hija con 20. Se miraron, se informaron, pasaron las pruebas y, en estos momentos, tienen en acogida al tercer niño.

«Un niño en acogida supone una inyección de vida para la familia que lo recibe. Te sientes joven, conoces a gente nueva, por ejemplo en la guardería… Aunque también es verdad que hay momentos en los que agota (porque ya no tenemos la misma energía que teníamos cuando éramos jóvenes y estábamos en disposición de ser padres). Es cierto que por momentos es duro, especialmente cuando se va, pero compensa plenamente. Un niño en acogida siempre te da mucho más de lo que te quita».

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